Acaba de salir publicado mi primer libro de poesía
"Mujer de Otoño"
A partir del 31 de mayo estará en la Feria del Libro de Madrid, caseta 187. Y desde hoy en la Editorial Grupo Cero C/Duque de Osuna 4
http://www.editorialgrupocero.com/
A partir del 31 de mayo estará en la Feria del Libro de Madrid, caseta 187. Y desde hoy en la Editorial Grupo Cero C/Duque de Osuna 4
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Quizás podríais pensar que fue una historia amable,
era lo que creían muchos de sus allegados.
Es inevitable que murmuren, decía él, y ella se calentaba
con el humeante bol donde había cocinado el amor.
A veces él se atoraba en una circunvolución e implacable
celaba la sonrisa con la que ella saludaba al alba.
Incapaz de la mínima cortesía confundía su obstinación
con la mineralogía y se empeñaba en reducir tiempo y espacio
a una pequeña perla marina que colgaba, desafiante, de la
cadena de su chaleco.
Las mañanas donde las palabras sulfúreas horadaban su cuerpo
ella se quedaba atónita, porque jamás había oído un roce de
cadenas
y no podía imaginar gestos intempestivos, así que renunciaba
a sociedades benéficas
con el mismo amor propio con el que había renunciado al
adiós.
Cuando los vecinos miraban de soslayo los colores púrpuras
que inundaban su piel les hablaba de la moda del tatuaje
y de su inclinación a tomar distancia de los remordimientos
que corroen la ciencia.
El saluda a los hombres con invertebradas frases en un tono
de circunspecta afabilidad
y dirigía miradas lascivas
a las mujeres como le habían enseñado en su familia.
Era un hombre conspicuo. Sentía predilección por los
sublimados
y desconocía las ganancias y pérdidas de una sosegada
conversación.
Ella entretenía los años con fantasiosas hazañas de muñeca
inanimada
como durante siglos hicieran las hembras bien nacidas
no vaya a ser que alguien sospechará que podía desear.
Las diferencias intolerables redujeron sus vidas a un
pequeño cuarzo negro
- porque como ya había dicho él era un amante de la
mineralogía
y sabía que el cuarzo negro contiene el cúmulo de la
sabiduría ancestral -.
Si bien los días pasaban respetando estaciones era difícil,
en esas circunstancias, que la primavera llamara a la puerta
porque no hay lugar en un cuarzo negro para brotes de
futuro.
Pero ella, con la fe debida a un facultativo, se obcecaba
en creer las promesas de su hombre, que sabía de música
porque siempre pulsaba la cuerda precisa y la hacía vibrar.
Un día ella se animó a decirle que se había enamorado
del esfenoides porque le había prestado las alas que siempre
deseó
que le permitirían viajar para cultivar la tierra que
florecía en primavera.
Esas fueron las palabras del adiós.
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