La columna rota. Frida Khalo
El dolor es el
más imperativo de todos los procesos, pudiendo considerarse que la descarga de placer produce
satisfacción y la descarga de displacer produce
dolor, podemos decir que es uno de los
márgenes del principio del placer-displacer.
El dolor no debe ser pura y simplemente tomado en
el registro de las reacciones sensoriales. Debemos concebir el dolor como algo
que en el orden de existencia es tal vez como un campo que se abre precisamente
en el límite donde no existe para el ser la posibilidad de moverse.
Podríamos decir
que el dolor es una señal de alarma que indica un goce intolerable, un displacer, del cual no
puedo huir mediante la motilidad, es una
detención de la motilidad, más que algo del orden de la sensibilidad.
De hecho hay
personas muy sensibles con gran capacidad de dolor
y personas muy insensibles que no toleran no poder resolver las cosas con acciones, en tanto el dolor
petrifica, impide la acción, podríamos
decir que es el impedimento de la acción lo que produce dolor.
El dolor se
descarga por la voz, es por medio de la
descarga de sonidos, no importa con qué palabras, el grito es lo más semejante al dolor. Duele no poder
hablar, la detención motora, la detención
de la pulsión, y no el no poder decir esto o aquello,
porque cuando algo me duele no tengo voz, no puedo decir: me duele. Cuando no hay movimiento el
dolor es máximo, porque cuando uno se mueve ya
hay alguna noticia de uno mismo, da
cuenta de alguna imagen de sí.
El dolor y el
displacer pueden dejar de ser una señal de alarma y constituir un fin, con lo cual paralizan el
principio del placer que es el
guardián de la vida.
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